Cuando yo era chico los más viejos de mi barrio se llamaban Nepomuceno, Cipriano y Bonifacio. Los colchoneros, los hojalateros y los afiladores tenían nombres como Casimiro, Nicasio y Epifanio.
En cambio nosotros, los niños de mi cuadra, nos llamábamos Mario, Jorge, Eduardo, Gustavo, Daniel y Juan.
Las abuelas también se llamaban distinto: Clotilde, Josefa y Adela.
Las que curaban el empacho o vendían leche cruda eran Aurora, Ofelia y Amalia.
Las que barrían todo el día la vereda también tenían nombres de vieja: Odilia, Justa y Brígida. Y a nosotros nos parecía bien.
La crónica seleccionada se encuentra incluida en el segundo libro de Marciano Durán, «Marcianitis Crónica»